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La memoria

impersistente

Por Omar Reyes
Las ballenas yubartas son una de las especies más inteligentes de la Tierra. Con sus cerebros, mayores al de las personas, han dispuesto una red de comunicaciones global en el planeta

En “La Persistencia de la Memoria”, Carl Sagan abordó de forma profunda el desarrollo evolutivo de la memoria en las especies, desde la información almacenada en nuestros genes necesaria para la supervivencia, hasta la del conocimiento colectivo en bibliotecas.

Desde siempre he escuchado decir que “el cuerpo humano es como la computadora perfecta”; sin tomar en cuenta que en realidad son estas últimas las que intentan parecerse a la maquinaria que mantiene vivos a sus creadores. Los seres humanos cimentaron muchas de las bases de los sistemas informáticos en el funcionamiento de nuestro organismo, y al igual que nosotros, han ido evolucionando hasta convertirse en lo que son hoy día.

No dejo de pensar en Darwin y su concepto de evolución. A medida que el tiempo pasa y el entorno cambia, las entidades que en él habitan deben desarrollar mecanismos que les permitan adaptarse a las transformaciones que ocurren en su medio.

Aunque no cuentan como un ser vivo de la cadena evolutiva de nuestro planeta, las computadoras se han desarrollado de una manera similar desde sus primeros prototipos hasta los muy complejos sistemas con que contamos hoy en día, de modo que puedan cumplir con la demanda y satisfacer las necesidades del agitado mundo en que vivimos.

Mas hay que admitir que ha ocurrido un curioso fenómeno, pues a la vez que las computadoras evolucionan para adaptarse a las necesidades actuales, la mayoría de los cambios que provocaron esas necesidades los originaron ellas mismas, obligándonos como especie a correr también para mantenernos al día a la medida de esa revolución. Un curioso caso de evolución y adaptación mutua.

Ya en otros periodos de la historia humana se ha dado este fenómeno de tecnificación y readaptación de nuestra especie – como en la revolución industrial – pero en ningún caso hubo tanta complementariedad y codependencia como con las computadoras.

Las hemos incluido en cada aspecto de nuestra vida. No podía ser de otra manera: hemos tenido un origen similar. Hemos volcado en ellas lo mejor de nosotros.

Hace mucho tiempo en algún lugar de la Tierra surgió una molécula con un conjunto de instrucciones basado en un lenguaje cuaternario (A-T-G-C), cuya combinación estructural conformaría una doble espiral en la cual se encuentra la programación con la capacidad de añadir a esta molécula capacidades que no tendrían todas las demás, incluyendo la que quizás fuera la más importante, la autorreplicación.

Al ser capaz de hacer copias de sí misma, esta molécula pudo garantizar su permanencia, sin embargo también su variabilidad, ya que al propagarse en el entorno, la variación de los factores externos, la intervención o la ausencia de alguna proteína, la mayor o menor abundancia de hidrógeno, nitrógeno o de oxígeno, hicieron que la cadena de ADN fuera sufriendo variaciones, las cuales iban reescribiendo ese conjunto básico de instrucciones, añadiendo funciones adicionales a esta molécula, otrora elemental, ahora cada vez más compleja.

Así, esta molécula en algún momento aprendió interactuar y amalgamarse con otras similares a ella, y construir estructuras más grandes y sofisticadas, con un mayor alcance en sus funciones, de modo que no sólo le permitieran sobrevivir en su medio, sino poder tomar ventaja de éste. De modo que estas estructuras podrían sintetizar los componentes que les rodeaban, adquiriendo la información para descomponerlos, procesarlos e inclusive y absorber nutrientes de ellos.

De forma similar, las primeras computadoras eran un grupo de operadores y compuertas lógicas que trabajando con un lenguaje binario (0-1) conformaban un básico conjunto de instrucciones, el cual añadía a su procesador algunas funciones muy básicas como  sumar, multiplicar o dividir.

A medida que el medio fue cambiando y se fueron descubriendo nuevos materiales, fue posible hacer la transición de los bulbos a los transistores, con los cuales fue posible, además de reducir el tamaño de estos circuitos, añadir el número de operaciones que su conjunto de instrucciones podía hacer.

Las computadoras han ido evolucionando de una manera progresiva emulando la evolución de las especies de este planeta. Hemos volcado en ellas nuestra experiencia y conocimiento.

Alguna vez los complejos sistemas de moléculas de la Tierra primitiva que ya se habían convertido en células, virus y bacterias siguieron la línea evolutiva hasta que se convirtieron en entidades masivas. Grandes conjuntos de células con un mismo propósito constituían órganos complejos con capacidades elevadamente sofisticadas.

La información contenida en el ADN de sus células, aunque habían tenido todas un origen común, ya contenían también información en grandes volúmenes que diferían de las otras.

No contienen el mismo conjunto de instrucciones las células que componen el corazón a las que componen el estómago o el hígado. Tienen propósitos muy específicos y que ayuda a que de manera individual, como en conjunto puedan desempeñar actividades de manera autónoma y prácticamente automática, sin que el organismo en conjunto sea capaz de ello.

Si nosotros tuviéramos que hacer de forma consciente y memorizar todas las instrucciones para el aprovechamiento del oxígeno del aire que respiramos, la limpieza de la sangre, el procesamiento de químicos en el hígado o los riñones, simplemente moriríamos. Toda esta información viene siendo mucho más que el BIOS grabado en chip en cada célula.

Es todo un Firmware (ROM) que se ha ido desarrollado a lo largo de millones de evolución y gracias al cual estamos vivos. Cada función que nuestros organismos pueden realizar, está allí; ha cambiado y se ha actualizado para que podamos desenvolvernos en el medio en que vivimos. Es el sello único que distingue a cada especie de la Tierra, planta o animal. Este Firmware es el ADN.

Tanto en las computadoras y los seres vivos, llega un momento en que este Firmware no es suficiente para desempeñar las funciones que se nos requieren. Cuando surgen cambios y nuevas necesidades para las cuales, si queremos salir adelante, tenemos que ampliar el abanico de capacidades de nuestras computadoras y nuestros cuerpos.

Para tal propósito es que a las computadoras se les ha incorporado memoria (RAM), la cual les ayuda a realizar operaciones con numerosos datos los cuales puede tener presentes en el momento en que los necesita y actualizarlos con los resultados de dichas operaciones.

La complejidad de las operaciones que realizan los procesadores de la computadora ha aumentado a medida que las necesidades, con lo que ha ido aumentado la cantidad de memoria de éstas (al igual que el conjunto de instrucciones con que los procesadores cuentan, su “ADN” está mutando también).

Sin embargo, también ha surgido la necesidad de mantener los resultados de esta enorme capacidad de procesamiento para momentos posteriores al cual fueron hechos. Para almacenar estos volúmenes de datos se incorporaron discos duros, los cuales también han logrado alcanzar capacidades para preservar cantidades inconmensurables de información.

Cuando nosotros como humanos (o pre-humanos) llegamos al límite de las capacidades de nuestro firmware, nos vimos en la necesidad de evolucionar nuestros cerebros. Es en el cerebro donde tenemos contenidas nuestra memoria a corto plazo (que sería nuestra RAM) y a largo plazo (que sería un enorme disco duro) y de él nos servimos para realizar todas las tareas que no están contenidas en nuestro ADN, como el lenguaje, el razonamiento, las capacidades artísticas, la moral, etc. Sin embargo estos discos duros humanos no eran perpetuos.

El hombre (como todas las especies de la Tierra) se enfrenta a la barrera la muerte. Entonces desarrolló la escritura, a través de la cual pudo plasmar todo el conocimiento adquirido a lo largo de la vida y lograr la persistencia de esa memoria después de la muerte.

El cerebro humano, de un promedio de 1.5kg contiene unas mil millones de neuronas. Cada una de ellas estableciendo unas mil conexiones. Se ha estimado que la capacidad de almacenamiento de él sería de unos 2.5 Petabytes.

 

A través de la escritura, en libros y ahora en computadoras (en documentos, a través de la Internet, etc) el hombre garantiza que el conocimiento no se pierda y que todo ese ciclo evolutivo no haya sido en vano, que cada nueva generación no tenga que comenzar desde el principio, que solamente tenga que dar el siguiente paso.

¿Qué vendrá posteriormente? Pienso en las computadoras de última generación, las tabletas y demás dispositivos que ya contienen una gran información en el firmware. Consideren televisores, refrigeradores y otros aparatos que cuentan con una gran cantidad de funciones, inclusive acceso a Internet y módulos para interactuar en las redes sociales. Ya no más simples instrucciones con rutinas básicas, sino prácticamente son sistemas operativos completos incorporados en el firmware. Son dispositivos altamente capaces.

¿Puede el hombre hacer lo mismo? ¿Podrá precargar el conocimiento en el cerebro del mismo modo que se preinstala el software en el disco duro? ¿Puede el hombre reescribir del mismo modo su firmware? ¿Podrá añadir funciones y capacidades que ya vengan de nacimiento y se preserven para las nuevas generaciones?

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